Actitudes que tienen hartos a los profesores en el aula
"La causa de estas quejas no es solo la pereza
cognitiva del alumno, sino también lo que el profesor y la universidad ofrecen
como cultura académica", dice Mauricio Pérez Abril.
No leer, chatear por el móvil y
comer en clase, aspectos que sacan de quicio a los académicos.
Algunos llevan décadas enseñando en las aulas,
varios se cuentan entre los mejor evaluados por sus alumnos, unos dan clase en
los primeros años de universidad, y otros, a los que están al final de la
carrera. Hay quienes enseñan en carreras humanistas, otros son cien por ciento
matemáticos.
El abanico es amplio, pero la coincidencia en las actitudes que más les
molestan, desde lo anecdótico a temas más preocupantes.
Ley del mínimo esfuerzo
La lógica instrumental desmotiva a varios
profesores. “Lo que más me molesta es cuando preguntan: ‘¿esto entra para la
prueba?’, con la idea implícita de ‘si no, no me importa’. A veces creo que hay
alumnos que solo quieren sacar el título. No les interesa aprender”, analiza un
profesor senior. El más joven se queja de lo mismo: “Preguntan: ‘¡¿hay que leer
todo el texto?!’, ‘pero, ¿qué va a entrar en la prueba?’. Es la ley del mínimo
esfuerzo”.
“En quinto año, si estiman que lo que uno pasa no
les va a servir, simplemente no vienen”, agrega una docente. “El alumno hoy
está articulado alrededor de ‘para qué sirve’ lo que le enseñan, qué utilidad
tiene –agrega otro–. Y hay contenidos que apuntan solo a desarrollar la
capacidad reflexiva. Les digo: ‘sirve para que sean más inteligentes. Para que
en la próxima reunión familiar parezcan más cultos’ ”, ironiza.
Miran para otro lado
Si no leen, no es raro que su participación en las
clases sea escasa. “No opinan. Uno pregunta y es como si pasaran un millón de
ángeles. Hay hasta un minuto de silencio, y ellos miran para otro lado”, dice
un profesor joven.
Otro que lleva años dictando cátedra coincide: “A
veces algunos hablan aunque no sepan, pero en muchos casos es el cementerio
total. Tienes que mirarlos fijo para que se sientan obligados a hablar”.
“Es frustrante –agrega otro–, porque uno prepara
material antes de la clase, lleva casos para analizar y espera tener una clase
participativa, pero te das cuenta de que no se puede, porque ellos no leyeron.
Los que opinan son siempre los mismos, cuatro o cinco. Y los otros se empiezan
a aburrir y agarran el celular”, dice.
El móvil es más importante
“La regla es que si el celular suena, el dueño
tiene que salir a hacer una gracia frente al curso, como recitar o bailar. Como
son tímidos, funciona”, cuenta un profesor sobre su experiencia. Pocos, sin
embargo, logran disimular el uso de WhatsApp y redes sociales. “Mandan mensajes
por debajo de la mesa y sonríen como bobos, pensando que uno no se da cuenta”,
delata uno. En otra universidad, “los sacan descaradamente y chatean. Uno no
puede retarlos. No estamos en el colegio”, dice una profesora.
Y otro se queja: “Parece que el mensaje que les
mandan es más importante que la clase. “Intentan disimular, porque saben que me
enfurezco. Les digo: ‘mándele saludos a su noviecita’, y ahí lo guardan”.
Impuntuales y comelones
Para los académicos, hay actitudes de sus alumnos
impensables cuando ellos fueron estudiantes. “Comen en clases. Sacan barras de
cereal, bebidas... Yo tiré la toalla con la gente comiendo en clase”. La
impuntualidad de algunos también es motivo de fastidio. “Llegan 10 minutos
tarde y se enojan porque no los dejas entrar”. Otra queja de quienes tienen
años de docencia es el saludo. “Que las estudiantes lleguen saludando de beso
me incomoda. Quiebra la distancia de autoridad necesaria”, dice otro.
‘Súbame la noooota’
Al final del año suelen aparecer estudiantes
abrumados por una nota que no les alcanza para pasar. “Considero
extraordinariamente irritante que invoquen razones extracurriculares para
subirles la nota, como ‘soy el primero de la familia que llega a la
universidad’ o ‘con esta nota voy a perder la beca’. ¡Uno no puede subir notas
por razones humanitarias o compasión!”, señala un profesor joven, que condena
igualmente a “algunas chicas que esbozan una sonrisita para que le subas la
nota o incluso visten provocativamente, con escotes, por si les funciona”.
‘No alcancé a leerlo’
Leer parece ser una costumbre en retirada en la
actual generación de estudiantes, pues es el más reiterado y vehemente reclamo
de los profesores. “Lo que más me molesta es que jamás leen. Si no hay prueba,
no leen, y cuando leen te das cuenta de que además tienen muy poca comprensión
de lectura”. “El concepto de lectura obligatoria no significa nada para ellos,
aunque figure en el programa. No está en su hábito hacerse un plan de lectura”,
reclaman dos profesores del área de ciencias sociales. Y otro agrega, “entonces
uno, como las abuelitas, tiene que empezar a contarles de qué se trataba el texto
y decirles ‘esto es lo principal’, y ellos anotan y anotan, en una actividad
intelectual totalmente pasiva”.