Empiece
por la honestidad
Se habla
mucho de la honestidad y de la transparencia como valores primordiales, pero
generalmente son dos virtudes que expresamos hacia fuera, en las plazas
públicas, en las vitrinas de nuestra relación con los demás. Sin embargo, estos
valores dejan de ser un discurso y se convierten en talento activo cuando somos
honestos y transparentes con nosotros mismos, cuando aceptamos nuestra propia
verdad. Y cada uno, más que nadie, sabe cuál es su propia verdad.
Tal vez
descubramos que nuestro matrimonio terminó hace un par de años y aun así,
seguimos ahí, usando a los hijos de excusa de nuestra propia cobardía. Pesa
tanto el qué dirán, el vivir para otros, el “cómo le voy hacer eso a mis
suegros”, que nos traicionamos, a veces sin darnos cuenta. ¿Y yo? La pregunta
es cómo me sigo haciendo esto a mí, cómo continúo viviendo en esta mentira y
postergando mi verdad y mi felicidad, ya sea por miedo, por dependencia, por
adicción a la aprobación, por perfeccionista o por incapacidad de cambiar.
Es
posible que lo que usted haga como trabajo hace mucho no le llene, que lleve
años envejeciendo, robotizado, con horarios indecentes y jefes deshumanizados,
dando resultados y resultados para unos dueños que viven en Miami o en el otro
lado del Pacífico. ¿Y usted? ¡Sí, usted, no se haga el loco! ¿Y usted?
Traicionando los ojitos tiernos de tus hijos, acostándolos por teléfono desde
un escritorio frío, totalmente contagiado del virus de la ocupaditis,
secuestrado por su miedo y por un salario que no goza porque es el precio de su
traición, de la traición a sí mismo.
¿Se ha
dicho la verdad? ¿Hace cuánto quiere salir de ahí? ¿Hace cuánto, de manera
subversiva, planea escaparse y dedicarse a lo que lo hace vibrar? Aunque no sea
lo que estudió, aunque al principio no le dé plata, aunque se le venga el mundo
encima. ¿Le alcanzará la vida que le queda para curar las heridas? ¿Cuándo se
va a decir esta verdad? ¿Lo va hacer en esta vida o lo va a dejar para la
siguiente reencarnación?
Darse
cuenta es el primer cambio
La
honestidad permite la confrontación. No se trata de maltratarse o deprimirse.
Eso no sirve. Se trata de dejar de pegar con chicle la vida, de asumir con amor
las decisiones tomadas en esas noches de insomnio o en los tediosos domingos en
los que nos encontramos con nosotros mismos, o cuando ya no podemos usar a los
otros para culparlos de nuestras miserias y nos damos cuenta de que no estamos
cumpliendo.
La
honestidad es autoconciencia, es despertar y asumir con responsabilidad el
lugar en donde está nuestra vida y por qué está ahí. Darse cuenta es el primer
cambio, asumir por qué estamos tan lejos de casa, tan solos o tan enmascarados
que ya casi no nos reconocemos. Active la honestidad, tenga el coraje de
decirse la verdad. Este es el primer paso para recuperar la vida. Será una
purga amarga y vivificante que lo va a sacudir. Habrá dolor, pero sólo en el
ego, dejará de ser Miss o Míster simpatía, será criticado y tendrá síndrome de
abstinencia de regresar al autoengaño. Con tiempo y obstinación, logrará
autorrespeto, verdad, coherencia y autoconciencia.
Protagonizar
la vida
No
hacernos cargo de nuestras decisiones es irresponsable e irrespetuoso con nosotros
mismos. La responsabilidad genera liderazgo, nos convierte en adultos. Para
recuperar la vida es muy importante ser protagonistas. La palabra viene de
Proto: primero, líder, y Agonía: transformación, cambio, muerte y resurrección.
Ser
protagonista es acallar las voces de los otros y no dejarse confundir más por
el ruido. Es volver a lo sencillo de confiar en el corazón y en la tripas, y
tener el coraje de ejecutarlo. Protagonizar es ponerse al volante y dar los
giros que la vida necesita; es liderar los propios procesos personales e
interiores, asumiendo la crisis pero sin hacer caos, yendo poco a poco
madurando cada acción sin abrir varios frentes al mismo tiempo.
Aún hay
tiempo de girar. Siempre se puede volver a ser quien se es. Tal vez no toda
nuestra vida está en crisis. Tal vez sólo una parte de ella. Recuerde que el
ego prefiere hacer un caos y dramatizar todo para impedirle renacer, para
anunciarle que todo va a salir mal. No escuche, esa es la voz del sistema, de
la cultura del miedo, la cultura de los que lo encarcelaron desde el colegio y
la crianza empujándolo a ser distinto de sí mismo, adecuado a sus necesidades.
Como decía Victor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración de
Auschwitz y Dachau, neurólogo y autor del libro El hombre en busca de sentido:
“La última de las libertades humanas, y que no pueden quitarte, es elegir tu
camino”.
Creer en uno mismo
¡Deje de darse palo! No quiera ser como el Dalai Lama, esa es otra trampa.
Querer ser como otros, así sean maravillosos, es perderse de sí mismo. Respete
sus ritmos, sus historias, su manera particular de florecer. Creer es la clave,
confiar en que sí lo va a lograr, creer que al final del día –y ojalá mucho
antes– va a mirar hacia atrás, hacia su vida, y va a sentirse realizado.
Confiar es caminar aunque todavía no vea para dónde va, es cerrar los ojos con
fe y entregarse a su propia voz, a sus emociones y sentidos, y dejar que la
vida suceda, sólo eso, renunciando al control de manipular la vida y a otras
personas.
Confiar
es poder bajar la velocidad para ver y disfrutar el paisaje, es menos ansiedad
y más inquietud, es despertar nuestras partes dormidas y volver a ser novatos
en todo, ridículos y expuestos, y saber que es posible redecidir la vida,
reinventarse y tener con su pareja más sexo y menos televisión, más tiempo para
disfrutar los hijos, para mamar gallo, para reír y ver amigos, como en el
colegio. No haga lo correcto siempre, haga lo amoroso, ensucie el uniforme de
aburrido que tiene, juegue fútbol con los zapatos de trabajar, píntese la
máscara, gástese los materiales de la vida y, sobre todo, deje de caminar
fruncido en función de que nada se le desordene. Brinque, salte y grite… ¡Que
lo que esté flojo en usted se caiga de una vez por todas!
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